martes, 14 de octubre de 2008

Clases de cívica con la urraca

Magali Medina le ha vuelto a sacar la vuelta a todos los peruanos de buena fe y ha convertido lo que pudo ser una sanción ejemplar a sus idas de boca, en un reality donde ella misma es la protagonista central: el miércoles 26 empezó la primera de 17 jornadas de servicio comunitaria hablando sobre el riesgo personal y social que supone el consumo de drogas con un grupo de 200 escolares limeños y acompañada por un “panel” de jóvenes promesas del canto.
La urraca más odiada (pero también más vista por TV) del Perú ha dejado sentada una habilidad para sortear los vientos en contra, y volar a sus anchas. Asesorada por Nakazaki, abogado experimentado en encontrarle recovecos positivos a la cualquier ley por encima que dispare en la propia cara (he allí el juicio “dorado” a Fujimori), la condena que dictara un juez sobre el caso de presunta difamación contra el productor Efraín Aguilar ha sido cumplida a pie juntillas pero con los agregados de las luminarias, el making off, el show televisivo en suma.
La diva peruana -lo es a su modo, un modo chicha además, pese a quien le pese- engrosa la larga lista de condenados no a cárcel sino servicios forzados, que sólo en los últimos años ha conocido de nombres de cantantes, modelos, magnates y más gente bien, farandulera ella.
Los jueces usan la figura de las penas a servicios comunitarios en casos a famosos, por algunas razones que no escapan al sentido común, trata de explicarme un especialista. Imponer reparaciones civiles cuantiosas no afecta la susceptibilidad de quien tiene dinero de sobra y se baña bien en miles dólares. Castigar con pena privativa es un camino, pero hacerlo a un periodista por asuntos tan en la delgada línea roja que separa los derechos del honor y la intimidad con los de la expresión, pueden tomarse como un atropello a estos últimos.
La salida es, pues, los servicios forzados. Pero nadie fuerza a la urraca. O sí: sólo el rating. Que a mi parecer, es más que su oficio, dinero o pasión. Lo que Medina hace metiendo las narices en los “pecados” públicos de vedettes y peloteros, de comediantes y actores, es su droga. Lo que gana comentando con malicia de fulano y perencejo es su oxígeno. De eso, modulada o recargada ya nadie la saca. “La urraca no se regenera ya”, me advierte un psicólogo clínico.
Por eso yo he “celebrado” el modo en que la conductora del chismógrafo ha salido de ésta. Su contundencia de diablilla para retorcer el espíritu inocente de un juez que cree en la ley. Su argucia para voltear la pena y la condena. Y reirse –finalmente- de todo eso, otra vez de todo lo que hace.

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