miércoles, 24 de septiembre de 2008

Cinco y medio y nada

La noticia ha aparecido como una curiosidad hace unos días y acaso alguien haya reparado seriamente en ella. El celebérrimo motel Cinco y medio, ubicado en el kilómetro homónimo de la carretera central, en Ate, Lima, cede sus instalaciones definitivamente a lo que en breve será un aséptico laboratorio. La Corporación Medifarma ha comprado sus 7,000 m2, esos que alguna vez (muchas veces) fueron marcos del amor carnal de miles de amantes.
Motel escondido, lejano en su época, presto para las escondidas que demandaba el querer de las parejas, el Cinco y medio pasó con los años a ser una suerte de burdel, pues acaso no hacía falta ir sin mujer porque las prostitutas hicieron del lugar su plaza.
Pero en abril, y sin tanto aspaviento, su dueño cerró sus puertas sin avisar ni a parroquianos ni a meretrices. Y sólo el boca en boca, el comentario común, el chisme suelto, fue poniendo en alerta su cese definitivo de más de cuatro décadas, hasta que alguna prensa bohemia se dio por enterada y algunos inversionistas le pusieron el ojo no necesariamente para ahondar en el mismo rubro.
Y es porque ese rubro ya no es el mismo rubro. O sea, el amor ha cambiado. Y el negocio del amor también. La sexualidad masculina ha superado bastante el rito de la iniciación con prostitutas. Las mujeres pueden evidenciar y demostrar sus afectos físicos con más apertura. Las parejas ya no necesitan del secreto para sus encuentros.
Los moteles caleta pueden ir cerrando sus puertas de a pocos como ha ocurrido con el cine porno. Como a éstos los desplaza el video en casa, a aquéllos los reacomoda la emergencia de hoteles de dos estrellas y otras subespecies. Una fuente de la Dirección de Comercio Exterior, Turismo y Artesanía Lambayeque me adelanta al teléfono que en sus predios hay unos 200 alojamientos o más de los cuales apenas 40 están oficialmente registrados. De hecho, me aclara, los últimos cinco años su crecimiento experimentó un boom sobre todo en los de tamaño pequeño.
El folklore urbano –machista además– celebra la existencia de sus espacios para el goce de los cuerpos. De siempre. Unos frisos en Pompeya hallados hace unos años, ya daban cuenta de eso. Como hoteles o burdeles (cada ciudad tiene los suyos: Tamarindo en Chiclayo, El Milagro en Trujillo), pasan a ser parte de su patrimonio oculto, de ése que se comenta a media voz, en broma, en conversaciones cerradas. Pocos, la verdad, se animan a retratarlos en una dimensión más objetiva. Acaso haría falta, antes de que los nuevos tiempos los sepulten del todo.

No hay comentarios: