miércoles, 24 de septiembre de 2008

Mujeres batalla

Un libro que se titula Historia de la Mujeres. Una historia propia es desde hace unos días casi toda mi compañía de lecturas. Es en realidad más que el compendio de 10 años de estudio específico pero con mirada multiangular, una joya de información, reflexión y crítica que aunque centra su atención en Europa puede ser el filtro para leer el fenómeno de la segregación por género que ha sufrido la especie humana desde sus albores en disfavor de la mitad de sus integrantes, las mujeres.
El texto es escrito por dos eminencias de la academia norteamericana en asuntos feministas y culturales, Bonnie S. Anderson y Judith P. Zinsser. Aquélla profesora del Broklyn College y ésta, de la Internacional School de las Naciones Unidas, las dos empataron en un trabajo que parte de la premisa de una evidente disparidad entre lo que se sabe de las mujeres, ahora y antaño, y su porcentual inexistencia en la historia.
Escrita por hombres, la historia en realidad ha resultado borrando la presencia femenina en sus páginas y ha justificado en algunas taras como el machismo heredado de culturas importantes (la hebrea, la romana y la griega), los “pocos méritos de las mujeres” para incluirlas en sus páginas. S. Anderson y P. Zinsser sostienen que, por ejemplo, la guerra es una construcción y oficio no solo masculino sino también aplastante para las mujeres pues suponía que ante una guerra una mujer necesitaba la protección del varón.
Con todo y su literalidad y su espacio-tiempo específico, el texto puede interpretarse en la misma línea para sociedades más inmaduras en ese momento que la europea, por ejemplo la oriental o la Latinoamericana. Las mujeres de estas partes suelen tener mayores problemas para con su sexualidad juzgada en balanzas desequilibradas respecto a los varones (sólo en Lima Reniec acaba de detectar 911 casos de bigamia masculinas), perciben menos sueldos por trabajos por los que un hombre percibe más (véanse todos los reportes de OIT) y se confinan aún a su rol de madres aunque ahora deban de trabajar en otros oficios fuera de casa más que antes (la tasa de crecimiento promedio anual de la PEA femenina, creció por encima de su equivalente masculino en todos los departamentos, marca el censo 2007).
Las mujeres en la historia se han llamado Eva, Agripina y Juana de Arco. Y la misma historia ha dejado otros nombres, la gran mayoría, porque no ha encontrado como engarzarlas en su domesticidad o sus valores fuera del seno del hogar como hijas virginales, esposas fieles o madres abnegadas. Hoy, aun hoy, se sigue relegando sus nombres si cumplen estos papeles y apenas destacándolos cuando evidencian encarar las fuerzas masculinas de dominio casi en los mismos términos. Y eso no es simplemente justo.

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