lunes, 23 de junio de 2008

Odiar a matar(los)

Por: Luis Alarcón Ll.*
Un tristísimo como ilógico suceso acaecido el lunes último, la masacre en Virginia Tech, nos da coincidentemente para una suerte de secuela del artículo que el domingo pasado vestía esta página, en este mismo lado izquierdo y con la misma foto (del autor) que lo encabeza. Lo titulé Querer a morir(se); tocaba los suicidios y sus complejos móviles. Hoy queremos lo mismo con los homicidios, y no los cortos en número, sino más bien los grandes en tamaño, los genocidios.
No tengo ahora a tanto psicólogo cerca para molestarlos otra vez con cuestiones como: ¿Qué lleva a un individuo más bien de mediana proyección a procurar un baño de sangre ajena? ¿En que punto se endiosa como para que –con una autoridad estúpida e ilusa- se faculte una matanza a mansalva? ¿Por qué nadie (psicólogos, consejeros, familia) vio su evolución perniciosa a tiempo de arrancarle sus ganas sangrientas y evitar desenlaces fatales?
Una especialista, coordinadora de internados de psicología, me auxilia: “Son simplemente sujetos con serias, bien serias, dificultades de adaptación, y que buscan con las muertes de otros justificar su poco o nulo éxito en la vida, por lo demás, a veces sólo percibidos por ellos”.
Reviso casos. Veo que a lo largo de la historia hay por lo menos dos tipos. Están los genocidas abiertos, visibles. Son casi una especie en extinción. Y los ampara o amparó el poder político, que podían ejercerlo con los límites que solos se los daban ellos mismos o algún otro que les dijo basta por vía igual de violenta. De Atila a Hitler, de Calígula a Duvalier, hay varios ejemplos nefastos de tipos terribles, enfermos en su ilusión todopoderosa. Tiranos al fin y cabo.
Los otros son los de perfil bajo. La “autoridad” para ajusticiar con sus manos a un colectivo la han abrazado secretamente hasta que el secreto les ocupa más espacio en las entrañas de lo que éstas pueden albergar. Entonces estallan y en su estallido figurativo se llevan a buena parte de inocentes. Han existido siempre, pero en la edad contemporánea y los últimos siglos su número se ha potenciado gracias a los avances en tecnología bélica, por un lado, y a una sociedad más encriptada en su socialización, por otro.
Casi todos son hombres (Richard Angelo, Gary León Ridway, Jeffrey Dammer; ahora mismo, Cho Seung-Hui); muy pocas, mujeres (Erzebeth Bathory, Charlote Bryant). En los asesinos al acecho, las vías pueden ser 1) los crímenes sucesivos que se juntan como trofeos de guerra, tal como el Carnicero de Milwaukee que inducía al sexo a muchachos, los mataba y los comía luego; o 2) la matanza intempestiva, como la de este último sur coreano que en un desvarío atroz, que nadie habría querido que se concretase, puso el récord de crímenes a estudiantes con 33 universitarios muertos de un queco.

*Director de Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Sipán

luisalarconll@gmail.com

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