lunes, 7 de julio de 2008

Coca Mama

La milenaria hoja de coca, serrana de nacimiento, cosmopolita por sus buenos y malos usos desde hace ya fecha, y siempre polémica por el mismo motivo, fue recientemente protagonista de un tira y afloja entre cultores y detractores… y ella tan bien como siempre. El gobierno, en un gesto a favor de la cultura andina le ha dicho no al pedido bien poco sensato de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes de las Naciones Unidas (JIFE), que demandó que se prohibiera el chacchado de la hoja y la toma de la infusión o mate.

La solicitud de la JIFE abarcaba también a Bolivia, donde como en las zonas altas del Perú, hay una importante tradición a favor del uso –por cierto inocuo, y hasta positivo- de la hojita. Símbolo de los pueblos quechuas y aymaras, la hoja de coca ha sido satanizada por el narcotráfico que tiene en ella una de las drogas más consumidas en el mundo, la pasta básica de cocaína y cuya producción y comercialización se enclava también en el trapecio andino que forman Perú, Bolivia, Colombia pero que tiene otros fuertes puntos en México y el sur de los EE.UU.

Pero una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa, como apuntaría un célebre comediante. La coca como hoja, silvestre, libre, provocadora y fiel ha acompañado al andino y a la andina a desde tiempos remotos para ritos socializadores (se comparten hojas en señal de amistad cuando dos hombres o mujeres se reúnen), como energizante, e incluso como solitario confidente para mitigar el dolor y el cansancio en jornadas pesadas ya en las construcciones colosales de antaño, ya en las minas más recientemente.

De acuerdo al INEI, a 2004, había en el Perú cuatro millones de consumidores de hoja de coca con fines no estupefacientes. Un millón, chacchadores habituales (habitantes de las más empinadas punas, sobre todo); dos millones, masticadores eventuales; y un millón restante que la bebe como mate.

Es cierto que de las más de 50 mil hectáreas de coca que el Perú tiene, apenas una décima parte se destina a usos que no responden a los intereses del narcotráfico, y que las fronteras entre su uso “sano” y adictivo pueden estar no del todo definidas; pero también está claro que el problema no está en el colectivo de raíces andinas, (ni en quienes la utilizan con fines medicinales o industriales positivamente). ¿Por qué entonces hacer pagar a estos justos por pecadores, queriendo que hipotequen su cultura? ¿Por qué no se prohíbe su uso en la fabricación de la coca cola?

No hay una buena respuesta de esa gente de la JIFE que poco entienden del mundo andino, y que aun cuando la prohibición hubiese prosperado como norma, poco habría de haberse cumplido en la práctica. Hace años que los andes saben sacarle la vuelta a las imposiciones occidentales a mansalva, en forma de sincretismo por ejemplo. La hoja y su misterioso encanto, pacto cerrado con el mundo andino, no es fácil de arrancarla así por así.

*Director de Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Señor de Sipán

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