lunes, 7 de julio de 2008

La era del perro Matías

Un perro fastidia, supuestamente hasta el hartazgo, a un parroquiano. No es un parroquiano cualquiera, la verdad. Es un señor congresista de la República. El congresista porta un arma (no tiene aún licencia para portar armas). Se encrespa, se altera. Saca su revólver y arremete su furia contra el can. Contrario a lo que se podía suponer de fácil, la dueña del animal, no acepta perro muerto. Denuncia. Llama a la radio. Estalla su rabia (más que canina). El congresista huye, se esconde, niega, miente. Un día después reconoce la falta.
Lo que podría ser un episodio aislado, anecdótico en el país puede ser el comienzo de una nueva era. Quizás, en efecto, estoy exagerando. Pero tengo ilusión de que así sea. Desde el mismo Parlamento hasta de las sociedades defensoras de animales, ahora que se quiere castigar al congresista, su nombre no pasará a la historia pero espero que sí el del perro Matías. Se puede, aunque seguro pocos valorarán este deseo, abrir un nuevo capítulo en el respeto de unos hacia otros… bestias incluidas.
Se trata del derecho menudo. Chiquito pero poderoso. Un país, contrario a lo que muchos creen, alcanza el desarrollo no cuando bajan sus índices de pobreza (bien ahí los cinco puntos que se acaba de reducir entre 2007 a 2007, de acuerdo a INEI). Tampoco cuando se ubica en tablas mundiales de competitividad (aplausos porque el Perú ocupa ahora el lugar 35 de las 55 naciones del ranking mundial de competitividad 2008 o y porque su desempeño económico va por el puesto 14). Un país alcanza el parnaso del desarrollo cuando se respeta el derecho, los grandes derechos de las grandes mayorías, pero también el derecho de los que menos son en número, de esas minorías de las que todavía no vemos o incluso nos burlamos en el Perú.
Siento ser el aguafiesta de economistas de sonrisa dibujada a lo ancho de sus mejillas. El dinero está bien (aunque falta incluso el chorreo). Pero eso no nos hará desarrollados. No el dinero solito. Los países donde el urbanismo crea un ambiente saludable para el habitante, allí hay desarrollo. Aquellos en los que una fiesta en cualquier institución (por más colegio de abogados que sea) se manda a callar si le molesta el ruido a uno, solo a un, vecino, allí hay desarrollo. Esos países donde el ciudadano tiene derecho a la respuesta de sus autoridades vía documento, donde se le llama para que opine y decida sobre obras y presupuestos, allí hay desarrollo…
¿Lejos todavía? Parece. Yo tengo la esperanza en que esos hechos menores en apariencia, como el del trágico final del perro Matías, vayan generando esa atmósfera que nos separa tan penosa como semánticamente, países desarrollados vs. Países en vía de desarrollo.
*Director de Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Señor de Sipán

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