lunes, 7 de julio de 2008

La ciudad de la Furia

Con el sentido pesar de quienes empujaron su gestación, sólo hace unos días el nacimiento de una urgente carrera de urbanismo quedó en stand by. Se culpa al mercado. Pocos clientes – alumnos para sostenerla. Aun cuando se trabajó para crear conciencia de su necesidad, las respuestas del respetable no fueron rápidas. Habrá que esperar. Sin embargo, una escuela profesional de urbanismo, no deja, por ello, de ser necesaria para el país y sus ciudades. Algo que debe de asumirse no sólo desde determinada casa de estudios superiores que se arriesgó a creer en ella, sino a todo nivel.

Basta ver las ciudades de la costa norte, más que otras (aunque también Lima, capital) para entender que el urbanismo no trata de caprichos, snobismos, o modas. Baste quizás mirar Chiclayo –solo Chiclayo- unos días y unas semanas atrás para entender que no puede más una ciudad que se presta de un boom en su desarrollo, sucumbir a una que otra lluvia de mediana cuantía.

Si la ciudad de la amistad retrata en promedio lo mal que soportan las calles ya no un fenómeno del niño, ni de la niña, sino sólo esporádicas lluvias que senami no acaba de explicar; otras ciudades menores en tamaño (Catacaos, Ferreñafe, Santa, Simbal) pueden resultar más ejemplificadoras. Pero también sus pares urbanas como Piura, Trujillo o Chimbote, capitales de regiones, donde las cosas son sólo un poco mejor.

Douwe Wieberdink, encargado de armar la estructura académica de la fenecida carrera que reseño líneas arriba, es un urbanista holandés que me insiste en que Europa ya vivió ése y otros problemas hace más de 100 años y que sólo se superaron con el concurso de la ciencia urbanística. O sea, calles anegadas, basura, contaminación, enfermedades, embotellamientos, etc, etc, etc.

Los europeos decidieron hace un buen tiempo resolver las pestes de sus ciudades como deberíamos hacerlo nosotros hoy con las nuestras; es cierto en campañas que impliquen concienciación ciudadana, pero también conducción concreta de parte de autoridades públicas (presidentes regionales y alcaldes entre otros), así como sociedad civil organizada (aquí viene el rol de las universidades, por ejemplo) e incluso la actividad privada, porque una ciudad funcional es garantía de poder transportarse para consumir –sólo esta ilustración chiquita- y así sostener la economía.

Los urbanistas, profesionales, que el Perú se da el insensato lujo de no tener como propios, no sólo se encargan de planificar ciudades o megaciudades, como las dos extensiones de Dubai en Oriente. También se encargan de mejorar las que ya existen, ver estrategias para superar conflictos: están Nueva York y Loja, extremos es cierto pero ambas con un excelente manejo de residuos sólidos. Y en este punto, proyectar a las ciudades hacia el futuro, en base de cálculos de gentes, movimientos, necesidades. Que alguien se atreva a decir si de verdad no nos es urgente.

*Director de Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Señor de Sipán

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