Vuelva a leer el título y grábese la frase: Niños sin oportunidades. De aquí en adelante será emponderada de a pocos pero con contundencia. La cruzada la liderará nada menos que las Naciones Unidas desde su centro de Informaciones. La idea es que todos aquellos organismos y personas que trabajan por la cultura de paz y desarrollo (desde ONGs a investigadores y comunicadores) acuñen el término y termine por desplazar al insulso y lacerante “niños pobres”.
La nueva nomenclatura se ha gestado desde la propuesta de un abogado y académico con inmensa preocupación en los Derechos Humanos, Alcibíades Sime, quien es además vicerrector de la casa de estudios donde laboro. Fue recogida a su vez de palabras de una mujer anónima que sustentó el cambio seguramente desde su carga semántica, como cuando a los “países subdesarrollados” se convino en llamarlos “países en vías de desarrollo”.
No importa ahora la autoría, decir “niños sin oportunidades” es todo lo contrario a un mero eufemismo. Significa verbalizar una voluntad de mejoras a los más de 56 millones de niños latinoamericanos y caribeños, al menos, de entre cero a 19 años (cifras a 2002 de la CESPAL) que viven en las garras de la pobreza extrema.
La pobreza golpea fuerte a los niños, más que a cualquier otro grupo etáreo. Los agarra fríos en sus debilidades y resistencia a un mundo que se ensaña con ellos y que puede sumirlos en un hoyo profundo del que podrían nunca salir. Como deben ayudar a su manutención (y a la de su familia), millones de infantes queman la etapa de la niñez por trabajar tempranamente: más de 245 millones de niños trabajaban a 2002, el 73% en condiciones infrahumanas. Y a veces el trabajo se tuerce macabramente, un millón de niños y niñas son explotados sexualmente sólo en Latinoamérica y el Caribe.
Las cifras no son mejores en Europa del Este ni en África y en algunos puntos de Asia donde miles de niños nacen en condiciones que los marcará de por vida, enfermedades que heredaron de sus padres infectos y que les doblará el peso de la cruz que deben cargar sobre sus frágiles espaldas.
De cara a la Navidad, el término novísimo, de estreno, suena rebién. Y las connotaciones que trae de implícito también. Vuelva usted a decírselo para sí lentamente “Niños sin oportunidades”. Extienda la buena nueva a sus familiares y amigos antes que la ONU. Déle una chance a esos millones de niños y niñas que esperan más que el cambio de una de las palabras de la frase con la que hasta ahora se les ha llamado.
La nueva nomenclatura se ha gestado desde la propuesta de un abogado y académico con inmensa preocupación en los Derechos Humanos, Alcibíades Sime, quien es además vicerrector de la casa de estudios donde laboro. Fue recogida a su vez de palabras de una mujer anónima que sustentó el cambio seguramente desde su carga semántica, como cuando a los “países subdesarrollados” se convino en llamarlos “países en vías de desarrollo”.
No importa ahora la autoría, decir “niños sin oportunidades” es todo lo contrario a un mero eufemismo. Significa verbalizar una voluntad de mejoras a los más de 56 millones de niños latinoamericanos y caribeños, al menos, de entre cero a 19 años (cifras a 2002 de la CESPAL) que viven en las garras de la pobreza extrema.
La pobreza golpea fuerte a los niños, más que a cualquier otro grupo etáreo. Los agarra fríos en sus debilidades y resistencia a un mundo que se ensaña con ellos y que puede sumirlos en un hoyo profundo del que podrían nunca salir. Como deben ayudar a su manutención (y a la de su familia), millones de infantes queman la etapa de la niñez por trabajar tempranamente: más de 245 millones de niños trabajaban a 2002, el 73% en condiciones infrahumanas. Y a veces el trabajo se tuerce macabramente, un millón de niños y niñas son explotados sexualmente sólo en Latinoamérica y el Caribe.
Las cifras no son mejores en Europa del Este ni en África y en algunos puntos de Asia donde miles de niños nacen en condiciones que los marcará de por vida, enfermedades que heredaron de sus padres infectos y que les doblará el peso de la cruz que deben cargar sobre sus frágiles espaldas.
De cara a la Navidad, el término novísimo, de estreno, suena rebién. Y las connotaciones que trae de implícito también. Vuelva usted a decírselo para sí lentamente “Niños sin oportunidades”. Extienda la buena nueva a sus familiares y amigos antes que la ONU. Déle una chance a esos millones de niños y niñas que esperan más que el cambio de una de las palabras de la frase con la que hasta ahora se les ha llamado.
*Director de Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Señor de Sipán
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