lunes, 7 de julio de 2008

Perú blanco (y rojo)

Ninguna novedad ha constituido que el propio Presidente Alan García haya salido el lunes pasado airado con las cifras que mueve la ONU respecto a como el Perú ha incrementado su rol productivo de cocaína de una manera como no ocurre en otro país de la región en los últimos cinco años. Hace rato que el país parece ser –por más motivos que su disposición geopolítica- el llamado a convertirse en el centro de un narcotráfico, si es que obviamente no se emprende toda una política de estado al respecto.

Hay bastante información suelta como para armar una tesis al respecto. Las mafias del narcotráfico se asientan en ciudades en las que antes operaban solo de soslayo; por citar, Trujillo, en donde fue desbaratada toda esa banda con fachada de gran empresa familiar (en el rubro conservero) y que sacaba cocaína en enlatados vía marítima a Europa.

Devida señala que para el 2006 las mafias blancas movieron en la economía nacional 490 millones de verdes. Y en lo que va de 2007, ya se bordea los 584 millones de dólares, de los cuales 379 millones provienen del narcotráfico. Y sólo se habla de lo que procesa en nuestro Poder Judicial, o sea un subregistro.

La visibilización de este nuevo Perú blanco se ha dado con una serie de conflictos en el valle de los ríos Apurimac y Ene, la zona conocida como Vrae, y más recientemente con la matanza de Acobamba en la que se evidencia que al menos, el narcotráfico se vale de subversivos “desempleados” tras la caída de sus sangrientos movimientos, como me hace notar, no sin bastante lógica, un amigo, abogado y analista.

Pero los datos de este Perú que aumenta su protagonismo en el mapa del narcotráfico no son nuevos. El Reporte Mundial de Drogas 2006 de la Oficina sobre Drogas y Crimen de las Naciones Unidas, ya pintaba a un Perú en ese tránsito: Perú es uno de los tres grandes productores de coca (los otros son Colombia y Bolivia); el precio de la cocaína es aun el penúltimo más bajo en el mundo sólo tras Colombia (referencias iguales para la marihuana) y otros números más que nos dejan bien parados, como que el propio consumo interno de cocaína ha crecido casi el doble respecto a la década pasada.

Que un país tenga un narcotráfico en plena ebullición y con tantos activos en su vida económica es ciertamente peligroso. No sea que su movimiento se empondere de un modo como lo ha hecho, por poner un ejemplo cercano, como en Colombia. No sea que se atraviese dando una falsa lectura de lo real de su economía y desarrollo.

*Director de Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Señor de Sipán

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