sábado, 26 de julio de 2008

LADY, LADY, LADY

Con el título de “Amada amante” publiqué hace ya varios años en Día 30, la revista mensual que dirige casi artesanal pero maravillosamente Luis Eduardo García, en Trujillo, una suerte de reflexiones en torno a la entonces comidilla de la prensa Jackeline Beltrán, a sazón de su desgracia por haber sido el delirio de ese personaje oscuro, el doc Vladimiro Montesinos, y desde esa incomoda posición, receptáculo de sus atenciones en contante y sonante, lo cual la llevó a cárcel y otros pesares.
Salvando distancias, ninguna otra dama peruana, ha conmocionado tanto desde el escándalo de la Beltrán como la chiclayana Lady Bardales. Desde el miércoles último ya en manos de las autoridades, rea contumaz, la pasa en prisión hasta que aclare un supuesto enriquecimiento ilícito que ha negado ante el Congreso pero a lo que en algún momento y ya ante los jueces, furibunda en desacato, también se mostró elusiva.
La teniente Bardales, con su historia entre rosa y roja, ha robado esta semana espacios a noticias más importantes, como la del testimonio sesgado del ex asesor Montesinos en el los juicios a Fujimori, y el rescate a la ex candidata a la presidencia de Colombia, Ingrid Betancourt.
Es que al margen de su posible delito, Bardales reúne mejor los ingredientes para ser el blanco de la prensa y la comidilla general. Habría sido la amante de un mandatario y no de ningún asesor, además en circunstancias de relaciones labores, pues fue la escolta de Toledo. Bardales suma, o sumó, unos aires contestatarios a su imagen, no quiso declarar para el caso de por qué manejó sin licencia su auto rojo pasión y luego dejó a la justicia esperando su versión por los dineros dudosos. Antes, se había renovado en aires de frivolidad cuando le entró al modelaje al paso casi inmediatamente después de colgar el uniforme verde olivo que vistió de policía. Añádase que dos muertes elevaron su mito: la de su perito contable y la de un novio previo a aquel con quien se paseó clandestina en las arenas de un balneario norteño.
Cada uno de esos detalles contribuye a la leyenda Bardales. Mas, como en el caso anterior, el de Beltrán, pesa más su condición de amante para una sociedad que las celebra en privado pero las castiga en público. Me sorprende una amiga feminista que, a propósito su caso, se escandaliza con el solo hecho de convertirse en “la otra”. “Tengo mis límites”, se excusa aunque sin argumentos sólidos. Pero su respuesta nos resume una porción de un aun pacato imaginario colectivo.

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