lunes, 7 de julio de 2008

República de las sospechas

Una frase genial como terrible y sintomática salió de un exabrupto del Presidente del Congreso, Luis González Posada, cuando para justificar la vuelta al sistema de los gastos operativos de los parlamentarios -poco transparente para el común de los peruanos- dijo: “Basta ya de de ser una república de sospechosos”. La sentencia debe de pasar a los anales filosófico-literarios y no estoy siendo ni mordaz ni irónico.

El concepto no es nuevo. José María (Chema) Salcedo ya adelantó algo de eso en “El Libro de las Sospechas”, en el que delimita bien criollamente cómo en el Perú todos somos sospechosos de algo hasta que demostremos lo contrario, aludiendo, aunque de manera inversa, al viejo axioma jurídico: todos somos inocentes hasta que se pruebe lo contrario.

Vivimos en una República de las Sospechas desde hace tiempo (se me ocurre que el Felipillo de dos caras del Descubrimiento del Perú instauró la práctica de sospechar) pero son estas últimas décadas, estos últimos años, el marco temporal cuando la sospecha se ha instaurado sin remedio, seguro también fruto de la impersonalización de las relaciones humanas como en otros lugares, entre otros móviles.

Desconfiamos, no tenemos fe (ni nos la tienen), sospechamos. De diferentes y más o menos recientes sondeos de opinión citados en esta columna anteriormente leemos que en el país hay instancias y razones dignas de sospechas: el poder judicial, la policía, el congreso, los medios de comunicación… Incluso fuera del país, los peruanos somos sospechosos, de revoltosos, introducir drogas, y hasta timadores.

La sospecha invita a la traición, había escrito Voltaire. Al menos genera una atmósfera rancia en la que la vida ciudadana se atasca en miedos, recelos, distancias muchas de ellas estúpidas. “La sospecha debería inducir al examen, nunca a la decisión”, reflexiona con sensatez Fray Benito Jerónimo Feijoo. Demófilo redondea parejo lo que ocurre con ella en términos reales: “La sospecha es indicio de un alma baja; el que desconfía de todos es digno de que nadie se fíe de él”. Bien bravo, ah.

Algo hay que hacer y sólo me atrevo a un llamado general: una cruzada para tener un país más en fe, más confiado de nosotros mismos (como sucede no solo con Suiza sino con Costa Rica), y que empiece por ejercicios cabales de honestidad que es como de común se logra levantar suspicacias. En ese sentido, aplaudo el exabrupto de González Posada.

*Director de Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Señor de Sipán

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