lunes, 7 de julio de 2008

Sueños de Niña

Faltaba sólo un pedazo de tierra emergiendo de en medio y hubiera sido la isla de la fantasía. Le llamaron La Niña, no más nació como nueva para febrero de 1998 en medio de una aridez fatal a medio camino entre Sechura y Mórrope. Sus aguas se formaron de otras aguas desbordadas de cinco ríos y los aportes de dos lagunas. Hija de El Niño de hace 10 años, La Niña –excusen el juego de palabras- le perteneció como creación festiva a un régimen del que hoy quisiéramos olvidarnos y que la vendió como el hábitat maravilloso de la tilapia y la liza, el refugio acuoso para turistas trasnochados, el paraíso para dos…

Recuerdo que se organizaron caravanas para conocerla en su azul interminable. El aparato estatal movilizó a periodistas de Piura y Lambayeque (en cuyos predios emergió mágica) y también de Lima (de donde se digitan las noticias grandes de carácter nacional). Se instalaron cerca descansos rupestres, refugios al paso, fondas para que coma el viajante; se alquilaba botes y motos acuáticas para surcarla en paseo; se tomaba uno las fotos que quisiera con su paisaje de fondo.

Se vendió así maná en desierto peruano, el cebo de culebra más barato que haya comprado quien quiso. En tanto, los embates del fenómeno fluvial más dramático y repetitivo en la historia del Perú hacían de las suyas con las casas de barro que se desasían a su paso, al ritmo que el gobierno central –Fujimori a la cabeza- rubricaba la promesa del eterno esplendor de una Niña… que finalmente, se disolvió en las arenas que la cobijaron, entrado abril, más bien apenitas.

No fue poca cosa. Las aguas de la Niña llegaron a juntarse hasta unos 8,000 millones de metros cúbicos y tener una profundidad promedio de 3.5 metros. Pero igual se trató, en términos prácticos, de la fachada de un psicosocial. En la misma línea de las vírgenes que lloraban. Con el sol reflejando sobre el cristal de sus aguas, se pudo obnubilar la vista –no de todos, por cierto- del país que se levantaban en peso unos corruptos que además ordenaban matanzas a discreción.

Miguel Angel Mejía, comunicador egresado de la Católica, gráfico de La República en Chiclayo, nos ha recordado a esa Niña traviesa, mentirosa, en dos páginas de una crónica que publicó Domingo, hace seis días. Más de dos kilómetros cuadrados entonces; apenas una fracción ahora, pero llena de vida loca para peces que son la cuarta parte de lo que median en el 98. La laguna interrumpe el tránsito a Bayóvar pero son la oportunidad de su vida para pescadores artesanales que le sacan lo que pueden antes de que vuelva a su ciclo de secado rápido. Todavía sirve de fondo para las fotos pero no se tarde tanto en decidir si quiere verla o tendrá que esperar al menos otra larga década.


*Director de Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Señor de Sipán

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