lunes, 7 de julio de 2008

Gavilán o Paloma

Sólo menos de una hora después del segundo de los devastadores terremotos de la noche de “miércoles” del pasado miércoles 15, RPP daba noticia de una infausta secuela de demoledora inhumanidad. Los transportistas informales que normalmente cargan pasajeros en las fronteras del sur de Lima, subían sus pasajes en cinco y hasta 10 soles, aprovechándose malsanamente de cientos de urgidos por viajar a ver a sus familiares en Chincha e Ica. En la mañana del jueves, un desatinado dirigente de choferes no articulaba razón para su despropósito y Vargas, el fornido e implacable director de la radio, le hizo ver que ya la historia se encargaría de condenarlos por atreverse a lucrar en precisos momentos de dolor ajeno.

Los desastres, las catástrofes naturales o provocadas, y los casos extremos de cómo la pobreza, y las enfermedades sacan a flote nuestros más altos valores, entre ellos la solidaridad, como también lo peor de nosotros, y baste el ingrato pasaje relatado. Ocupémonos de lo positivo; a la solidaridad Cabanellas Torres la considera, en una de sus cinco definiciones, como la “Identificación con una causa o con alguien, ya por compartir sus aspiraciones, ya por lamentar como propia la adversidad ajena o colectiva”. Buscarais, a su turno, observa que en ella confluye lo racional, lo afectuoso… y la acción, producto de las primeras.

La solidaridad es producto social. De Lucas sostiene que la tarea de reconstruir su concepto y sus principios es una de las claves de legitimidad guiada por la idea de que la humanidad está condenada a vivir, hoy por hoy, una época solidaria si no quiere conocer la barbarie.

La solidaridad es la empatía en positivo. El Diccionario de la RAE tiene a la empatía como la “identificación mental y afectiva de un sujeto con el estado de ánimo de otro”, es decir, uno puesto en el lugar del otro. Sólo cuando se puede ser empático (calzar en zapatos del otro o la otra), se sabe entender la dimensión de su dolor para ser solidarios, es decir para actuar en su favor.

El desastre que han provocado los dos terremotos del sur del Perú, y cuyo saldo crece de 400 a más en tanto termino estas líneas, ha despertado la solidaridad también. De quienes al norte no hemos sentido sino apenas una leve sacudida, y de la alerta comunidad internacional que se han puesto una mano al pecho y otra en el bolsillo derecho (España y Francia, muy, muy rápido) para ayudar a paliar lo que las víctimas de Chincha, Cañete, Ica y alrededores han sufrido de manera lamentosa.

Entre portarnos como viles aprovechados o ser empáticos y solidarios (gavilanes o palomas), existe un punto medio, cuya inanición la inclina a un antivalor más bien: es la apatía. El apático, con su dejadez e indolencia, es impasible en sus ánimos, no es chicha ni limonada. Parafraseando con la falsa literalidad de un rock argentino ochentero, un apático habría dicho tras el desastre del miércoles “despiértame cuando pase el temblor”.

*Director de Escuela de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Señor de Sipán

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